Crónica de cuando quedé atrapada en la marcha de los sombreros aguadeños
Fecha: 09/03/2024
Por: Lina María Zuleta
Para resolver mi dilema de cada mañana sobre que debo usar, he desarrollado una técnica que seguramente los defensores del código de vestimenta y el estilo no aprobarán, consiste en hacer preguntas simples ¿usaré este día la moto?, si la respuesta es sí, elijo el pantalón que esta arriba en la pila, si la respuesta es no, elijo una falda y cada vez es la camiseta de la pila. Pues bien, el seis de marzo de 2024, de acuerdo a mi método, usé falda con camiseta blanca y salí rumbo a una cita que llevaba esperando más de un mes para hacerme un examen de oídos; que luego entendería que envían en su mayoría a adultos mayores, y que justo había conseguido la cita porque para este día la mayoría de ellos habían cancelado, además la recomendación de llevar acompañante era justamente por esta particularidad en las personas que requieren este examen.
Desprevenida tomé un bus que me llevaría al centro, al subir una linda señora sentada en la primera silla me saludó muy amable y me dijo: “eso sí, tenemos que ir todos”, su voz, su pelo y su postura mostraban una vida larga. Me senté en la parte de atrás del bus, un hombre también de camisa blanca y con una bandera de Colombia estaba en la silla de adelante, hablaba por su celular recibiendo instrucciones de dónde debía bajarse, y preguntaba por el supervisor con el que debía encontrarse. Una pareja muy joven se subió mas adelante, preguntaron amablemente al conductor si pasaba cerca a Flamingo, a lo que la amable señora de la primera silla increpó diciendo que ella les mostraba donde si la acompañaban a la marcha en a la que todos tenían que ir, la pareja se mostró confundida y ante una señal del conductor se suben sin decir más, se sientan diagonal a donde yo estoy, la amable señora insiste en que deben de ir, que es muy importante, la pareja ve un comercial que dice: “Flamingo te fía porque en ti confía” y ven los precios de las neveras. La amable señora continúa diciendo las razones por las que hay que ir, entre las que repite insistentemente que está el peligro de perder todo lo que tenemos y que la pareja joven debería ir para defender todas las cosas que tienen (no nos insiste a los otros dos viajeros que ya parecemos de su línea por la camiseta blanca). El conductor sube el volumen de la radio y baila, a lo mejor, en un intento por no escuchar las razones de la amable señora.
Avanzado en el trayecto me animo a hablarle al hombre de la bandera, le pregunto él porqué de la marcha (me siento animada y protegida con la camiseta blanca, que al parecer, genera la identidad este día), el hombre me mira y me regresa la pregunta y yo me paralizo pensando que descubrirán que no pertenezco a los marchantes, ante mi silencio el hombre dice: Es mi día de trabajo, ya me bajo, debo reportarme acá al supervisor. Y en la zona de la Alpujarra abandona el bus. El conductor recibe varias llamadas de compañeros de otros vehículos que le informan que es imposible transitar la oriental y en alguna suerte de clave de conductores establecen la nueva ruta, así las cosas, la pareja joven, la amable señora y yo debemos bajar del bus en la oriental con el parque San Antonio uniéndonos a los muchos que venían desde el sur con camisas blancas y sobreros aguadeños.
Una pareja caminó por un momento a mi lado, mientras hablaban de tasas de inversión y de dividendos potenciales, me sentí abrumada con el tono de voz distante y la conversación lejana de las que se escuchan regularmente en las marchas por reivindicación de derechos que he acompañado, aceleré mi paso para no llegar tarde a la cita y vi en mi camino muchas personas que manifestaron estar por primera vez en el centro y se sorprendían de los colores de las calles, de las frutas en los toldos, las promociones y la alegría que seguía estando a pesar de la marea blanca, una bella señora se paró frente a un puesto en donde se veían hermosas las papayas, guayabas, bananos y hasta berenjenas, en las que la bella señora se fijó sorprendida diciendo: “¡berenjenas!, no sabía que ellos también comían de éstas”.
Ya estaba muy cerca de la Oriental con la Playa cuando noté que era más rápido caminar por la calle que por el andén, se empezaron a escuchar las arengas que (sin ritmo ni musicalidad como las otras que he conocido), invitaban a recuperar cosas perdidas y se creían propias, cosas como la patria, la economía, el país. No estoy segura porque, pero cuando la gente respondía a las arengas se fijaba en sus rostros un odio, que para mí, era tan desconocido como las berenjenas en el centro de la señora bella. Ese odio estaba en las pancartas que pedían muertes y que nombraban salvadores, estaba en como caminaban, en la mirada con desdén del espacio público del centro, estaba en todo. Fue difícil cruzar esa esquina que estaba llena de sombreros aguadeños y camisetas blancas, escuché a varios preguntar si ya un compañero había firmado asistencia o si se había recibido el refrigerio, que, en palabras de otra dulce señora de cabello muy blanco, anunciaba: “siquiera lo trajeron de donde nosotros, porque que asco si lo compran por acá”.
Unos humildes vendedores ambulantes, de los de siempre sacaron banderas, abanicos y hasta sombrillas para vender a estos no habituales transeúntes (ojalá lograran alguna venta). Ya saliendo de la aglomeración noté que en todo el trayecto solo había unos cuantos policías de tránsito, noté que no estaba la policía motorizada, ni la nueva Unidad de Diálogo y Mantenimiento del Orden, que tanto atemoriza en otras movilizaciones. Sonreí al pensar que es muy bello que las personas puedan manifestar sus inconformidades sin la amenaza de las armas y las tanquetas en cada esquina, sentí que hemos avanzado muchísimo si ellos con su discurso de odio, con su desdén por el lugar en donde transitan, con su asco por tocar cualquier cosa del centro, con sus cocacolas frías traídas desde el sur, con los pagos a los empleados por estar en la marcha y sus privilegios manifiestos hacen sus marchas y los otros, los oprimidos, los que tenemos que seguir llegando a la cita, los que venden las banderas, las berenjenas y agua no nos sentimos ofendidos porque como dueños de lo que les produce asco, estén dictando las formas de vida, las formas en como debemos vivir y habitar, y sobre todo, porque estén tan incomodos, tanto que llegue al odio y a la violencia con los derechos que hemos ganado.