La familia, universo esencial de los vínculos afectivos
Por: Secretaría Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos de la Alcaldía de Medellín
Natalia Ocampo y su hermana Andrea Ocampo
La familia de Natalia Ocampo siempre fue chapada a la antigua, o como llaman los sociólogos, una familia nuclear, con fundamentos católicos, donde el padre ejercía el rol de benefactor y la madre el del cuidado del hogar y de los hijos. Así las cosas, Ramiro, progenitor de Natalia, era el único responsable de llevar dinero a la casa, de comprar la comida, la ropa, las medicinas y los regalos.
Cuando él decidió abandonarlos para irse con otra mujer y conformar una nueva familia, Natalia, su madre y sus dos hermanos, quedaron durante un largo tiempo a la deriva, sin saber qué hacer.
Eran muy pequeños. Natalia tenía siete años de edad, su hermana once y su hermano nueve. Pese a todo, las dos niñas comenzaron a ayudar con la economía del hogar vendiendo dulces en la calle y en la escuela, e incluso trabajando como recicladoras.
La familia pasó de ser nuclear a ser cooperativa. Todos aportaban un granito de arena para que no faltara el alimento, aunque muchas veces no lo lograban.
“Pasamos momentos muy duros, momentos de hambre. Mi mamá tenía que ir a pedir comida donde vecinos y familiares. Tampoco estrenábamos ropa sino que nos poníamos la que nos regalaban, y en las fechas especiales como Halloween y Navidad, éramos los únicos niños del barrio sin disfraces ni regalos”, narra Natalia, quien a su corta edad veía como su padre acariciaba y brindaba afecto y atención a otros niños, mientras que a ella jamás le volvió a dirigir al menos una mirada.
“Él se fue con la señora del frente de nuestra casa, que era la mejor amiga de mi mamá. Entonces nos tocaba soportar verlo todos los días con la otra familia. Fue algo desgarrador”, añade la joven, quien hoy tiene 31 años de edad y está a punto de convertirse en madre.
El abandono los privó de casi todo, pero no los derrumbó. Parafraseando al sociólogo Zygmunt Bauman, pasaron de ser una inestable familia sólida, a ser una estoica familia líquida, capaz de acoplarse a cualquier situación, capaz de sobrellevar con dignidad cualquier adversidad y, en resumen, una familia ejemplo de resiliencia.
Ramiro no regresó y tampoco intentó recuperar una relación intrafamiliar con sus hijos biológicos. Pero pese a todo, Natalia y su hermana salieron adelante. Ambas crecieron, se graduaron de bachilleres y continuaron soñando.
La mayor se casó y tuvo dos hijos, Natalia, que siempre quiso estudiar psicología, terminó graduándose como administradora de empresas. El hermano menor, en cambio, terminó transformándose en drogadicto, en desempleado y en un hombre solitario y mal encarado.
Pero todo cambió. Natalia consiguió trabajo en una empresa de parques de diversiones para centros comerciales y con su sueldo ayudaba a mantener a flote el hogar. En 2015 se presentó a una convocatoria de la Unidad de Familia y fue contratada para ayudar en procesos de mejoramiento de la calidad de vida de las familias medellinenses. No lo podía creer, se sentía realizada.
La segunda esposa de Ramiro falleció y sus hijos adoptivos lo abandonaron. Debido a ello, y pese a la resistencia del anciano, Natalia volvió a entablar un vínculo con él, al igual que Beatriz, quien se la pasa pendiente de su bienestar. No lo visitan con frecuencia, pues él no lo permite, pero sí lo llaman todos los días, para saber cómo va.
“La culpa lo carcome por dentro. Él sabe que hizo mal y por eso se mantiene distante, pero nosotras, mi mamá y yo, ya perdonamos”, expresa Natalia.
La importancia del ingreso
A Natalia y a su familia les salvó la vida el empleo. Tener ingresos les permitió subsanar carencias urgentes como la vivienda y la comida, y a partir de allí los demás problemas perdieron peso.
Hoy, la joven funcionaria de la Unidad de Familia de la secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos, a punto de procrear, sabe que lo más importante para afianzar un hogar es dotarlo de pilares fuertes. Una buena relación con los familiares, tener empleo y llevar todo problema al terreno del diálogo.
“Yo aprendí mucho de mi situación, y espero que no se repita con mi nueva familia. Parte de que ahora sea una persona feliz tiene que ver con la Unidad de Familia, pues acá he encontrado no sólo apoyo para mí, sino para mi madre, y también me he tomado con muchos ejemplos de vida impresionantes”, dice la joven.
En los breves espacios de descanso que le permite su trabajo en la Unidad de Familia, Natalia se pasa suavemente la mano derecha por su vientre, con inconmensurable cariño, pues allí adentro está su mayor felicidad, su primer hijo, la piedra angular de su futura familia.
Sin embargo no puede ocultar cierto temor, pues cada vez que piensa en su retoño se le vienen a la mente los recuerdos de su propia infancia, de cuando tenía siete años de edad, y, asomada por la ventana de su casa, veía con inmensa tristeza como su padre, Ramiro, jugaba, conversaba y compartía con otra familia.
Situación de desempleo en Medellín
Según el Dane, hasta el 31 de marzo pasado, en Medellín había 247 mil personas, que, como en algún momento le ocurrió a Natalia, se encuentran desempleadas. En 2016, la tasa de desempleo del Valle de Aburrá fue de 10.7%. Medellín se ubicó en un 9.4%.
Las comunas con menos desempleo fueron Poblado, Estadio y Guayabal. Belén fue la comuna con mayor número de personas ocupadas.
Las zonas de mayor riesgo para las familias en Medellín, por diferentes problemáticas como el desempleo, el rezago escolar, las barreras en salud, la inseguridad y la violencia intrafamiliar, son Santa Elena, con un porcentaje de riesgo de 25,40 %; Popular, con 23,46 %; Santa Cruz, con 23,05 %, Villa Hermosa, con 21,92 %, Palmitas, con 21,34 % y Manrique, con 17, 95 %.
Los problemas que más denuncian las familias son: en el escenario familiar, las dificultades en las relaciones intrafamiliares, la violencia intrafamiliar, el abandono y maltrato de adultos mayores, la falta de apoyo de redes familiares; en el entorno, inseguridad, el consumo de sustancias psicoactivas, el desempleo, el microtráfico, el embarazo temprano y las violencias sexuales; y en el entorno estatal, la falta de cobertura educativa, la falta de puntos de encuentro y la ausencia de fuerza pública.
Más de 11.000 personas se vincularon a jornadas para programas de ahorro. 6.193 personas accedieron a procesos de intermediación laboral, de las cuales 1.284 fueron vinculadas.
“La dimensión de ingresos y trabajo es muy importante. La capacidad económica permite solventar unos asuntos alrededor de su vida digna: canasta de alimentos, servicios públicos. Con trabajo puede preocuparse menos por asuntos menos cruciales y así avanzar en la resolución de otros temas más importantes dentro del núcleo familiar”, expresa Sandra Sánchez, directora del programa Familia Medellín.
De igual modo, más de 12.000 personas recibieron apoyo por parte del programa de Seguridad Alimentaria. Por último, más de 7.000 ciudadanos se beneficiaron de programas relacionados con vivienda: servicios públicos domiciliarios, arriendo temporal y crédito para el mejoramiento de vivienda; más de 1.300 personas recibieron atención y formación para facilitar el acceso a la justicia; y más de 11.000 participaron en espacios para fortalecer el buen vivir en familia.
Aun así, varios retos quedan planteados para lo que resta de 2017, entre ellos que 22.012 personas mejoren sus relaciones familiares, que 25.696 hogares superan su condición de pobreza extrema, que 1.000 personas generen vínculos con sus redes familiares, sociales o comunitarias, que 21 Centros Integrales de Familia se fortalezcan y que 10.000 familias mejoren su condición de vida.
“La esencia del programa Familia Medellín está centrada en fortalecer a la familia desde sus capacidades. Crear escenarios favorables para que permitan continuar todos los proyectos de vida que se tienen. Y en resumen darle oportunidades favorables para que puedan salir adelante como familia”, señala Luis Bernardo Vélez Montoya, Secretario de Inclusión Social, Familia y derechos Humanos de Medellín.
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