Voces en las alturas | por los derechos humanos

Voces en las alturas

Fecha: 22/04/2020
Autor: Édgar Yovani Piza
Son las cuatro de la mañana, el impetuoso sonido del estómago vacío no da tregua en la gurbia viviente; esperanzada, María Aled Grisales Árias se dirige a la cocina con la ilusión de que la situación solo sea un mal sueño. Abre la nevera que por este tiempo se encuentra apagada, no encuentra nada. Prende la pequeña radio de pilas que tenía guardada en la alacena vacía y escucha las últimas noticias del coronavirus.
Mira desde ahí su casa como buscando la solución a sus penurias, se dirige a la sala donde había abandonado una lista de vecinos con los que pretende hacer eco en los
oídos de la Gobernación de Antioquia. La acompaña en su trayecto a ese lugar, la contienda y su noble corazón que busca apresuradamente ayudar a los más necesitados, aunque ella sea uno más. Respira hondo y llena sus pulmones de esperanza mientras recuerda que lleva varios días con unos “cacelorazos” nocturnos con sus vecinos, que simbólicamente organizó para que llegara de alguna forma al señor gobernador porque en Santa Rita, parte alta, no ha llegado el alimento prometido ni ayuda humanitaria alguna.
Lleva 20 años en el barrio de la comuna 11 de Bello que ha sido partícipe de sus luchas y el rebusque; sus vecinos (aproximadamente unos 600), que entre recicladores y trabajadores informales compartían con ella las caminatas diarias hasta Medellín para trabajar en lo que sea. Esto era antes de la cuarentena, cuando se podía por lo menos buscar algo para echarle a la olla: -Dice ella entre suspiros-. El amanecer es un suplicio para estas personas, especialmente para los ancianos y aquellos que viven de las limosnas. Aled con sus dos hijos adoptados relata con tristeza mientras sus ojos se dirigen al cielo la llegada de ayuda de alguna parte.
Cuando se le pregunta por la situación primero respira, para contestar mirando al suelo: “La situación es difícil, nadie nos hace caso. Hay personas que salen a pedir a
Cabañas, Barrio nuevo, y en alrededores para por lo menos tener una comida”. “En el barrio no ha habido ni un solo caso de coronavirus pero una muchacha del
Metro la descartaron como sospechosa” Afirma la señora de 49 años. Sin embargo, aunque no sea el motivo de la pandemia el que los acoja, son además del hambre otros factores como la poca salud de muchos.
Don Pedro Mosquera, fue escogido por los habitantes como vocero para buscar una solución; él, desplazado por la violencia del Chocó,  su ciudad natal, vio la oportunidad de sobrevivir y esconderse de los bandidos. “Aquí la situación es caótica” relata con ahínco. “Es una situación nueva, en los primeros días nos colaboramos entre vecinos. Las cosas se han estado acabando y no hemos recibido ni una sola ayuda del gobierno porque todo lo que llega se lo quedan en los sectores de abajo”. Sigue relatando sin bajarle fuerza al relato.
“Aunque le digo a la gente que no se desespere la procesión va por dentro. Nosotros tenemos las familias lejos y la gente toda tiene miedo a morir. Necesitamos ayuda
urgente. Los dirigentes de la Junta de Acción comunal del sector son ineficientes. Nunca se les ve trabajando por la gente”.
La esposa de Mosquera, Rosa Elinda Huitoto, indígena Emberá Katío y con quien lleva 10 años de casado, cuenta preocupada que no sabe qué hacer por la falta de
alimentos y su esposo sin trabajo: “Necesitamos que envíen ayuda”. Ella es una voz entre muchas que claman al cielo.
Antes de la cuarentena, los vendedores informales como Walter Antonio Guerra Higuita, de 35 años, caminaban hasta el sector del centro para comprar y revender
fresas “No se ganaba mucho pero por lo menos sobrevivíamos” -cuenta este padre de dos niñas-.
“En la alcaldía de Bello nadie nos ayuda. Nos dimos cuenta que el alcalde estaba pagando cárcel, y nos desconsolamos aún más. Un amigo dejó todo y se fue para el
campo. Por los lados de Santa fe de Antioquia. Por lo menos está mejor que nosotros. Pero me preocupan los ancianos. Hay muchos que están sufriendo, por mi cuadra hay
una de 70 años que trabajaba las confecciones y que vive sola, es muy enfermita y no hay quien la lidie”.
María Eugenia Arenas Carvajal igual que María Aled ondea la bandera de las más antiguas en el barrio, ella fue una de las personas fundadoras del barrio. Con dos hijas
de 26 y 22 años y su esposo sin trabajo se suma a las voces del sector clamando por comida: “Es desesperante como nos vemos sin con qué echarle nada a la olla”.
Don Fabio Montoya de 74 años, es uno de los muchos adultos mayores del sector que clama por ayuda. Sin embargo, y contrario a todo pronóstico se dirige pidiendo por la
ayuda para los demás ancianos del sector y su esposa: “Hay muchos ancianos que como mi esposa tienen complicaciones severas de salud y necesitan al gobierno. Las
personas tienen que cargar a los ancianos en sillas hasta donde pasa el bus o cualquier transporte. Hay muchas personas con cáncer y enfermedades terminales.”
Refiere en tono pausado. “A uno se le ponen los ojos llenitos de lágrimas al ver esto” Deja de hablar.
Santa Rita parte alta es entonces un barrio, una región de Antioquia que se suma al conflicto de cuarentena, en un territorio bellanita cuyas bandas criminales azotan la
geografía, cuyo alcalde se encuentra en la cárcel, y donde el hambre sigue participando en esto como flagelo implacable, pero que pide clemencia a algún
organismo misericordioso. Un territorio donde cada día que pasa es una espina que se incrusta en los más necesitados, donde la plegaria se convierte en canción de cuna para ricos y poderosos que indolentes pasan la cuarentena en su finca de verano.

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