Barrio La Iguaná: sinónimo de resistencia en Medellín
Fecha: 29/05/2021
Por: Andrés Ríos
Angélica Upegui llegó al barrio La Iguaná en el 45, habían cuatro casas en la entrada: estaban Los Rendones, Los Giles, Los Amaya y los López.
“Yo recuerdo todas las inundaciones, siempre pendiente de cuando se subía la quebrada para subir a correr al morro. Si volteaban alguna volqueta dañaba los ranchos de papel, por eso había que estar atento; sin agua, sin luz, cocinando con leña y petróleo”, recuerda Upegui.
Mientras que Fraquelina Suárez, recuerda la evolución del barrio: “cuando nosotros llegamos eran ranchos de plástico, lata y cartón, ahora son casas de material y con segundo piso. Recuerdo cuando nos bañábamos en la quebrada, cuando el agua era limpia, mucha gente hacían charcos en la orilla para lavar la ropa y comer. Luego pasó el tiempo y pusieron una pileta comunitaria, madrugábamos a las 3 de la mañana para poder lavar porque nos teníamos que turnar”.
Tenía 11 años cuando venía la policía a desalojarlos, por lo que el líder Arturo Villegas, les decía que cogieran ollas y tapas para hacer ruido, además de gritar: “Techo sí, balas no”. Desde el comienzo siempre han querido sacarlos del barrio.
Por su parte, Fabiola Rengifo, cuenta que anteriormente hubo una creciente de la quebrada que dañó muchas casas por lo que se llevaron a unas personas para Robledo Aures, a otros para el barrio Santander en el Doce de Octubre y a otros para El Limonar en San Antonio de Prado.
Para estudiar mucha gente iba con hambre, luego se iba a pedir los sobrados para poderse llenar. La gente vivió de la quebrada de la arena, de las piedras que sacaban y después del reciclaje. Upegui relata que la energía se la robaban de la agronomía y otros de un poste de otrabanda, conectando por debajo enterrada por el rastrojo.
Si usted les preguntara si se quisieran ir del barrio, Fraquelina responde con un contundente NO. “Yo no me quiero ir, yo me quiero quedar en mi barrio. Aquí fue donde tocó las verdes y las maduras, pero yo quiero mucho mi barrio”. Fabiola duda porque en algún momento sí han pensado en irse y Angélica dice: “Uno aquí tiene la ciudad muy central, de aquí solo me sacan pero para el cementerio”.
Nadie tiene escrituras, la mayoría tiene ofertas de compraventa: “Acá le han dado solución a la gente que coge sus lotes, pero no a la gente que ha sido oriunda del territorio, es decir, a los invasores y no a los poseedores. Toda la vida siempre hemos estado con esa sensación y el rumor de que nos van a sacar. Nadie tiene escritura, todos tenemos compraventa, esa es la lucha aquí, por la escritura”, afirma Fabiola Rengifo.
Porque también con nuestra cultura del más vivo, Rengifo advierte que también deben investigar primero la situación de las personas, porque así como ha pasado aquí en el barrio que hay vivarachos que han vendido luego de invadir un lote, luego vuelven a hacer lo mismo en otras partes y están buscando es una segunda casa para arrendar; aunque también reconoce que hay mucha gente desplazada que sí necesita la solución de vivienda.
Fraquelina Suárez concluye recordando a la comunidad de los Ranchitos: “La mayoría de las personas que desalojan aquí no reciben solución de vivienda como ocurrió con la comunidad de los ranchitos, les pagaron tres meses de arriendo, y ¿qué pasó con el otro tiempo y la vivienda?